Es que cuando uno estaba carajillo solo tenía regalos para Navidad. Y solo uno. El resto del año uno se inventaba con que jugar. En la lechería siempre sobraba con que. ¡Si usaba uno la imaginación!
Pobre mi tata, en aquella pobreza. ¡¿Quién sabe cuantos esfuerzos tenía que hacer para comprarle a uno un regalillo?!
Para esa Navidad me compraron una cornetilla. De lata. Dorada.
Bajábamos corriendo descalzos desde la lechería hasta la casa de mi abuela, en Tarbaca, para enseñarle los regalos. Uno iba con esa felicidad: ¡No le digo que solo para Navidad le daban a uno algo! Seguro algo nos tenía ella también. Yo ni me acuerdo.
Ahí no se veían carros, a lo mucho un camión o una carreta una vez perdida.
Iba yo llegando a la finca donde mi abuela, cuando paramos porque en eso venía un carretón pasando frente a
Ya ni me acuerdo. Lo más seguro llegué llorando donde mi abuela y ella me metió entre las enaguas y me dio un jarrote de atol de avena que a mi me encantaba.
¡No, que va! Ni esperanzas de que me la repusieran. ¡No le digo que solo una vez al año le podían comprar algo a uno!
4 comentarios:
Tu relato me ha traido recuerdos de juventud... Muchas gracias y sigue así
muy bueno el blog, vamos a seguir pasando... saludos
JAJAJAJAJA!!! ME HICISTE REIR...
buuuu!! maldito Murphy!! maldita ley de la gravedad!!! (me antoje de atol!!)
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